Y no hay mejor placer en la vida que regresar a ese lugar especial, ver el ocaso del sol y sentir que el viento roza tus mejillas como si esbozara un beso en ellas, como si las volviera a tocar, como si volvieras a vivir a través de ese arco iris que va pintado nuevamente tus días grises.
Es escuchar el susurro de las olas y que ellas te digan, abre tus alas y vuelve a volar… es cerrar los ojos y sentir la brisa del mar que quiere fundirse en una. Y es así que te das cuenta que lo que más se anhela no puedes palparlo, solo recordarlo en esa caminata interminable donde la risa sin sentido era cómplice de aquellos latidos que se encontraban tímidamente con una tierna mirada.
Es terminar el día en aquella banca esperando volver a revivir esos momentos y atesorarlos por el resto de tus días. Es estar frente al mar y entender que había una felicidad distinta, una entrega nueva, algo sincero que no se podía controlar.
Y es así como Riley volvió a volar… esta vez sin rumbo fijo, pero sabía que todo intento valía la pena para seguir siendo feliz… a su manera.
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