domingo, 31 de octubre de 2010

Carta a mi abuelo


Hoy te escribo querido abuelo porque la nostalgia me ha embargado nuevamente y tu recuerdo sigue latente en mi memoria. Tal vez porque compartimos muchas cosas o porque a tu modo supe que me querías. Digo “a tu modo” porque tú sabes muy bien cómo eras… de carácter hostil, malcriado, soberbio, distante, egocéntrico y más.

Y aunque después del accidente que sufriste, sentiste que tu vida dio una vuelta de 360°, yo sé que cambiaste, quisiste más a tu hijo, y te diste cuenta que tenías a una familia, que a pesar de todo te quería. Y aunque suene un poco triste, prefiero recordarte en ese momento que quedaste postrado en cama, porque fue ahí donde realmente nos acercamos y fuimos amigos.

Tus pocos copos de nieve pintados por el paso de los años me demostraron que habías vivido mucho pero no todo lo que tu hubieses querido. ¿Sabes?, muchos años te tuve miedo. Tu mirada fría y calculadora, tu distanciamiento me dolía y me preguntaba, “¿Por qué este señor no puede ser como mi Tati?, ¿Acaso hago algo malo para que me mire así?”, preguntas de una pequeña niña de tan solo 5 años que solo quería acercarse a ti y abrazarte pero no sabía cómo.

Tal vez la enfermedad del olvido ayudó a que seamos más cercanos, a eso se acopló el trémulo de tus manos con los que me abrazabas y el gélido beso con el que nos despedíamos en esa cama clínica que acaparaba el comedor de la casa. A pesar de todo sabes lo mucho que te quiero, sabes que me afecto demasiado tu partida, vivir juntos toda una vida y luego saber que no estarás más ahí, le dolió a esa chica de 13 años.

La forma de cómo me enteré de que te fuiste de mi lado me carcomió la piel, sentí que entraba en un cuarto oscuro, el vértigo que sacudió mi cabeza fue imparable, estuve buen tiempo en shock el cual me llevó a otra realidad, una donde quería pensar que seguías vivo. Pero no es así, hace 6 años que te fuiste para no sufrir más, pero dejaste en mi vida tu huella y me enseñaste que cuando uno de verdad está arrepentido de todo lo malo que pudo hacer, el perdón es la gran recompensa que puede obtener.

No te preocupes abuelo, aún sigo rezando por ti, por tu alma, para que en un momento de ese largo tramo “que es pasar a la otra vida”, te puedas encontrar con mi abuela y tus seres queridos. Un abrazo, un beso, te quiero… “soy una sirena”, ¿recuerdas?

Lucerito

El día en que nací






La primavera se acercaba y eso significaba que en cualquier momento nacería, y aunque no nací con un pan bajo el brazo, para mi madre y hermanos mi llegada fue muy esperada. Según me cuenta mi mamá, en la madrugada del viernes yo ya tenía muchas ganas de salir, así que tuvieron que pedirle un favorcito a nuestra vecina la señora Valentina, y ella llamo a radio patrullas, es ahí donde conducen a mi madre a el Hospital Edgardo Rebagliati Martins, más conocido como el hospital del empleado. Pero ¡oh, sorpresa! mi mamá aun no rompía la fuente y mucho menos tenía buena dilatación así que tuvo que regresar a casa. Mis hermanos que para ese tiempo tenían nueve y diez años esperaban impaciente su llegada, ambos se alistaron para ir al colegio sin saber que en ese transcurso nacería su querida hermanita.

En esos tiempos mis padres estaban separados, así que nuestra vecina tuvo que llamar a mi padre para decirle que llevara a mi madre al hospital pues los dolores que ella sentía ya eran insoportables. Y es así como mi mamá queda internada a las 9 de la mañana en el 4to piso del hospital. Lo bueno de ese día es que mi mami era la única parturienta, así que tuvo a su disposición a todas las obstetras que se encontraban en ese momento. Siendo las 11 de la mañana mi madre tenía muchas ganas de miccionar  pero si cumplía sus necesidades fisiologías, lo más probable es que yo naciera en ese instante, así que se paseo en camilla hasta llegar a la sala de partos. 

La doctora al ver que yo estaba sufriendo para salir le comunicó a mi mamá que si las inyecciones que le ponían no hacían efecto para que llegara a dilatación 10 tendrían que hacerle una cesaría, parece que yo también escuché eso y ni bien mi madre levanto una pierna, salí disparada hacia un nuevo mundo, si no fuera por un doctor que me atrapo en el aire tal vez no estuviera escribiendo estás líneas ahora. Lo que más recuerda mi mamá es que la doctora que atendió el parto se embarro de sangre y se enojo mucho, se nota que ni bien naci ya empezaba a causar problemas. Y es así que llegué a este mundo iniciado el primer gobierno de Fujimori y bajo el mes de la primavera, para ser más exactos en el día mundial de la paz.

Mi mamá y yo no tuvimos visitas, mi padre se acerco a verme y comenzó a contar si tenía todas mis extremidades y deditos, cosa que a mi madre le incomodo un poco. Nací midiendo 50cm y pesando 3.220 kg, buen peso para un bebé que solo se alimentaba de mariscos. El primer nombre que eligió mi papá para mí fue Ivón, ya que el tuvo una hijita que se llamaba así y mi segundo nombre Lucero, lo escogieron mis hermanos ya que en ese tiempo estaba de moda la cantante y actriz mexicana (valga la redundancia) Lucero.
El domingo mí padre nos dejo en casa a mi madre y a mí y luego se fue donde mi abuela. 

Mis hermanos llegaron a la casa y cuando me vieron lo primero que dijeron fue “¿Mamá esa cosa ha estado en tu barriga?”, mi madre solo se rió y mis hermanos no paraban de mirarme, debe ser porque nací con bastante cabello y parecía un monito, no muy parecido a ellos. Y ahora que tengo 20 años, veo que el día de mi nacimiento trajo paz a mi hogar, tal vez paulatinamente, pero un bebé siempre llega a unir a la familia, en mi caso... reconstruyo un hogar. =)