Solo
diré que el que no arriesga, no gana (siempre y cuando sepas que vale la pena
arriesgarse). A veces puedes perder tu “gran”
oportunidad de ser feliz por diversas circunstancias (unas más comprensibles
que otras). En realidad lo que cuenta es
tomar un paso de fe y decidir qué es lo que realmente uno quiere hacer y tener
en su vida, puesto que a veces la culpa que atormenta por no hacer nada es peor
que el miedo mismo.
Líneas abajo encontrarán una historia que calza perfecto con lo que estoy escribiendo ahora. No solo se trata de tomar decisiones sino también de cumplirlas.
Líneas abajo encontrarán una historia que calza perfecto con lo que estoy escribiendo ahora. No solo se trata de tomar decisiones sino también de cumplirlas.
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No
sé cómo llegué a esta discoteca del sur y menos a este concierto. Estaba parado
entre rucas, patanes y fans enamorados. Mar de Copas, una vez más. Nuevamente
con sus melodramáticas y repetidas baladas que te llevan de una alegría
mesurada a la abulia absoluta. Sin embargo, una canción me paralizó por un
instante.
Estaban
tocando: 'Un Día Sin Sexo'. La estaba escuchando. Realmente escuchando.
"Cuánto puede cargar tu vida sola. Cuánto dura una noche. Cuánto pesan dos
vidas sin saber qué hacer. Si son distintas". El cigarro de mi mano se
consumió hasta quemar mis dedos. Miré a mí alrededor y salí a empujones de esa
discoteca.
Caminé
apurado rumbo a mi auto. Comencé a tocar con desesperación el portón de la
cochera. Salió el guardia y le entregué un billete arrugado de diez soles.
Arranqué mi carro y aceleré con prisa hasta Lima. En la carretera seguía
escuchando la canción en mi cabeza. "Hubo días en que tú diste tu brazo a
torcer. Y te ahogaste en el mar de mis recuerdos. Sin saber nadar".
Aceleré hasta llegar a los 170 kilómetros por hora.
Llegué
a mi departamento. Entré a mi habitación y busqué una mochila. Metí la ropa que
tenía a la mano y mi cepillo de dientes. Salí con prisa a tomar un taxi. Al
aeropuerto por favor. Eran las cinco de la madrugada. Los vuelos salen entre
las 7:30 y 8:30 de la mañana, en las tres aerolíneas que llegan hasta allá. Por
los más de siete viajes que hice en los últimos dos años sé que siempre sobran
pasajes, o al menos eso quería creer.
Llegué
hasta el counter corriendo. ¿Tiene pasajes para venderme? , Buenos Días señor,
déjeme ver. Sí queda un cupo pero sale en 20 minutos, va tener que correr.
Primero caminé rápido, luego troté y después corrí despavorido. Pagué los
impuestos, pasé Migraciones, luego Aduanas y cuando, estaban por cerrar la
puerta 16 de la sala de embarque, llegué. Abrieron la puerta del avión. Estaba
volando.
Cinco
horas de vuelo escuchando la misma canción. "Y tan lejos de ti yo me
hallé. Tan solo recordar a pasos de tu risa. Y frente a tu mirar. Y tan cerca
de ti me encontré". Bajé corriendo las escalinatas del avión. Nuevamente
Migraciones y Aduanas. Otra vez a correr por los pasillos del aeropuerto hasta
encontrar un taxi.
Con
la diferencia horaria eran ya las cuatro de la tarde. A la calle Costa Rica 455
por favor. Mi corazón se aceleraba a cada cuadra. Cada vez estaba más cerca.
Las posibilidades se multiplicaban. ¿Estará en su casa? ¿Se habrá ido? ¿Qué le
voy a decir? ¿Cómo va a reaccionar?
"Al
preguntar si aún estaba vivo y encontré que eras mi vida". Bajé del auto y
una vez más estaba frente a ese edificio de 25 pisos al que nunca pensé
regresar. No recordaba el número del departamento. Era en el segundo piso, que
para ellos siempre es el primero. ¡102! Toqué el timbre.
Respondió
su hermana. ¿Si? ¿Está Maria? ¿De parte? De Diego. Un silencio eterno. Cinco,
diez, quince segundos. María sacó la cabeza por la ventana de su cuarto. Yo
corrí hasta estar justo debajo de ella. "No puedo vivir sin ti. Ahora lo
sé. Si tenemos un problema hay que resolverlo juntos. Todos tus problemas son
míos." Tantas veces lo había dicho en mi cabeza. Ella se puso a llorar y
se fue de la ventana.
No
me moví del lugar. Esperaba que ella volviera a salir. Me senté de cuclillas y
me fumé un cigarro, hasta que sentí un abrazo. Era ella. Por fin ella. La
apreté con fuerza. Quería meterme en su corazón. La besé con suavidad. Por fin
estaba nuevamente junto a mí. El cigarro de mi mano se consumió hasta quemar
mis dedos. Otra vez estaba en la discoteca con todas esas rucas, patanes y fans
enamorados. Había acabado la canción y también mi sueño.
Tomado
del blog Fe de Ratas de Diego Peralta